miércoles, 25 de abril de 2018

La Normandía francesa


Sabíamos que nos esperaba un largo día, aunque nunca nos imaginábamos que tanto, así que volvimos a levantarnos a las 6 de la mañana, desayunamos en el hotel y salimos. Pero, en vez de dirigirnos directamente a Saint Malo, fuimos a conocer la costa y comprar sardinas. (Sigue...)

 




En la ruta paramos en Dinan, que es una pequeña ciudad medieval, donde almorzamos gallettes y crepes.

 

 

Más tarde nos pasamos un desvío y el GPS nos mandó por una ruta rural y conocimos un montón de pueblitos, de los cuales jamás recordaremos los nombres, pero sí que eran preciosos.
Finalmente, llegamos a la ciudad amurallada de Saint Malo, una locura de ciudad, a la cual le dimos toda una vuelta caminando.


 


  



 

 

 

De ahí salimos hacia Saint Michel. Teníamos terribles expectativas con este castillo ciudad, habíamos visto mil fotos de esa fortaleza medieval, que la marea, de pronto, dejaba inaccesible por las aguas del Atlántico, así que manejamos ansiosos hacia el este.
Dejamos el coche en el estacionamiento, aún casi sin ver el castillo, solo asomándose de vez en cuando entre las colinas y tomamos el micro gratuito.
Y ahí si apreció en todo su esplendor, la marea estaba baja, así que estaba rodeado de una arena arcillosa por donde algunos locos se mandaban caminando. La modernidad había traído un camino asfaltado y sobre elevado que nos dejó junto a la puerta de la ciudad, además de una pala mecánica que estaba levantando la arena que invadía el acceso. Fuera de esta invasión sonora y visual, la imagen es de ensueño, ensueño medieval.




 



Caminamos por sus callecitas, entramos a los negocios y subimos hasta la abadía, el último edificio en la cima del monte, pero no entramos, que si bien estuvimos muy tentados, debíamos estar en Calais para dormir y aún faltaban un montón de cosas en el medio.
De nuevo en el coche, llegamos antes del atardecer hasta el Museo del Desembarco, en las playas de Normandía y caminamos por una de las playas del Día D.

 

 



 

  

 

Ahora sólo nos quedaba pasar por Boulogne Sur Mer y llegar a Calais, pero nos dimos cuenta que ya eran las nueve de la noche y todavía nos faltaban más de 500 kilómetros, así que decidimos dejar nuestro saludo al Libertador para otro viaje e ir directamente al hotel en Calais.
Después de manejar seis horas más llegamos al B&B de Calais casi a las 2 de la mañana, donde una máquina (porque no había recepcionista) sólo reconoció una de las reservas y tuvimos que pagar la otra habitación, pero al otro día, nobleza obliga, nos devolvieron.

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